Por JORGE MUJICA U.
Licenciado y Magíster en Historia
Pontificia Universidad Católica de Chile
El quincuagésimo aniversario de la llegada del ser humano a la Luna ha servido, como sucede a menudo, para rescatar anécdotas y datos curiosos que han quedado algo olvidadas en el cajón de los recuerdos. Por ejemplo, varios medios chilenos han recordado la gira por Chile que realizó Neil Armstrong, en compañía del también astronauta Richard Gordon, durante 1966. Esto gracias a los registros de video publicados por el Archivo Patrimonial de la Universidad de Santiago en su canal de YouTube (disponible a continuación):
En las imágenes, se puede apreciar la recepción oficial otorgada a los astronautas por parte de las autoridades chilenas, y la ovación de un Estadio Nacional repleto con cincuenta mil asistentes a los visitantes norteamericanos, en el entretiempo de un partido que jugaban los clubes de fútbol de Colo Colo y Ferrobádminton. ¿El motivo de la visita? Agradecer el aporte de Chile a la exploración espacial.
Pero ¿qué tipo de colaboraciones prestó Chile durante el desarrollo de la carrera por el espacio? La existencia de una estación de rastreo de la NASA en Peldehue es relativamente conocida; de hecho, el registro publicado por el Archivo de la USACH muestra la visita de los astronautas a dicha estación durante su gira chilena. Sin embargo, hay más elementos en esta historia que son menos conocidos, pero que nos permiten ver a un Chile muy conectado con los sistemas y las redes globales de la ciencia y la investigación, en contraste con la idea tradicional que ve al país como un actor absolutamente periférico.
La exploración espacial fue un tema que marcó la agenda de la prensa y de la divulgación científica durante los años cincuenta. Una gran cantidad de números de las revistas Zig Zag y Ercilla contienen artículos, imágenes, noticias y columnas de opinión que anticipan el desarrollo y las posibles consecuencias de la aventura espacial. La excitación creció cuando científicos de todo el mundo anunciaron el desarrollo del Año Geofísico Internacional entre 1956 y 1957, un proyecto que “explorará la anatomía del universo, con un criterio puramente científico, sin conceder importancia alguna al prestigio nacional o a los resultados económicos inmediatos”[1]. En este contexto, la prensa se encargó de representar “a los científicos como exploradores heroicos y la ciencia como una aventura majestuosa”[2].
El AGI se trataba de un proyecto a escala global, que convocaba a la cooperación científica internacional de todos los países del mundo, con el objetivo de llevar a cabo la descripción más completa posible del planeta Tierra y su entorno inmediato. Además, los científicos se trazaron un segundo objetivo principal: coordinar las actividades del Año Geofísico con el lanzamiento del primer satélite artificial terrestre. Así, no se trataba solo de llegar a conocer definitivamente nuestro planeta, sino que de iniciar también la exploración de su frontera externa: el espacio exterior.
Por supuesto, los científicos chilenos buscaron de inmediato contribuir, en la medida de sus posibilidades, al desarrollo del AGI. En la década de los años cincuenta, los científicos chilenos conformaban una comunidad pequeña, muy agrupada en torno a los únicos centros científicos de verdadera importancia nacional, las universidades. De entre estas, la más importante era la Universidad de Chile, institución que en la década de los años cincuenta impulsó incesantemente el desarrollo de investigación científica mediante la modernización y creación de institutos, laboratorios y centros de investigación. Por ello, sus autoridades, académicos e investigadores, siempre deseosos de obtener ligarse a las redes internacionales, pusieron al servicio del Año Geofísico toda la infraestructura disponible.
El Estado chileno también consideró de importancia la participación del país en el AGI, aunque por motivos primordialmente estratégicos, ya que nuestro país posee una posición relevante como plataforma para la investigación antártica, un plano que también era de alto interés para el proyecto del Año Geofísico. Según señala el Coronel Óscar Avendaño Sepúlveda, miembro de la delegación nacional del AGI, Chile poseía una importancia excepcional “en relación a su posición geográfica en el Pacífico constituyendo el triángulo Arica – Isla de Pascua – Polo Sur, zona que para el futuro el mundo mira como privilegiada y en forma muy especial nuestro territorio antártico que para muchos países es hoy día objeto de grandes preocupaciones en el aspecto científico, sin descuidar los aspectos económicos y políticos”[3]. Con el objeto de proteger los intereses chilenos, y de proporcionar apoyo al proyecto Internacional, el gobierno de Carlos Ibáñez del Campo promulgó el Decreto Supremo N°76, que creó el Comité Nacional para la Celebración del Año Geofísico Internacional.
Este comité estaba compuesto por un variopinto grupo de expertos, entre los que se encontraban un representante del Ministerio de Relaciones Exteriores, que ejercería el cargo de presidente del comité; representantes de las universidades; el director del Instituto Geográfico Militar; el Director del Departamento de Navegación e Hidrografía de la Armada; el director de la Oficina Meteorológica de Chile, y el Director del Observatorio Astronómico Nacional. La primera tarea del Comité Nacional del Año Geofísico fue definir y establecer el programa de investigaciones que operaría en el país, así como las diferentes áreas del conocimiento que dicho programa abarcaría. El Año Geofísico permitió, de esta manera, conectar el desarrollo de diversos proyectos y esfuerzos científicos locales, con el interés científico global. Así, por ejemplo, diversos organismos científicos, como el Centro de Radiación Cósmica de la Universidad de Chile, la Estación de Biología Marina de Valparaíso, y el Observatorio Astronómico Nacional, enmarcaron sus investigaciones en el AGI. La Fuerza Aérea de Chile, en colaboración con las oficinas meteorológicas de Chile y Estados Unidos, lanzó un importante programa de observaciones atmosféricas a través de globos de radiosondas, los que fueron monitoreados desde estaciones ubicadas en Antofagasta, Quintero y Puerto Montt.
Fue en este contexto que los esfuerzos del Observatorio Astronómico Nacional permitieron contribuir al estudio y desarrollo de la exploración espacial desde Chile. Su director, el astrónomo Federico Rutllant Alsina, poseía importantes vínculos con científicos de otras latitudes, especialmente de Europa y Estados Unidos, y era un hombre de importante reputación dentro de la comunidad local. El Comité del Año Geofísico lo designó encargado de dos secciones locales del proyecto: la Sección de Latitud y Longitud, y la Sección de Satélites Artificiales. Obviamente fue esta última sección la que le otorgó relevancia a Rutllant y al Observatorio, en el marco del AGI y del inicio de la exploración espacial.
Aunque el Año Geofísico era, primordialmente, un proyecto cooperativo que contó con la participación tanto de Estados Unidos, como de la Unión Soviética, lo cierto es que no pudo escapar a las lógicas diametralmente opuestas del secretismo y la competencia propias de la Guerra Fría. El gobierno de Estados Unidos, en particular, se sentía frustrado al desconocer en gran parte cuál era el grado de avance del programa espacial soviético, mientras veía que sus propios esfuerzos aun no daban resultado. Por ello, el Departamento de Estado organizó la denominada Operación Moonwatch (que podría traducirse como “Vigilantes de Lunas”), con el fin de obtener la máxima cantidad de datos e información posible de los satélites próximos a ser lanzados.
A través del a Operación Moonwatch, los norteamericanos contactaron a diversos organismos científicos del mundo, para solicitarles su cooperación. Debido a que el observatorio de Chile era uno de los pocos que existían en el hemisferio sur, y debido al entusiasmo que los científicos chilenos habían demostrado en el Año Geofísico, coordinaron con las autoridades nacionales y con Rutllant la instalación de varias estaciones de “tracking”, o seguimiento, que alojarían instrumentos capaces de detectar las señales de radio enviadas por los futuros satélites. Estas estaciones se instalaron en Salar del Carmen, en las cercanías de Antofagasta, y en Peldehue, cerca de Colina, donde más tarde se transformó en la base chilena de la NASA. Además, encargaron a Rutllant coordinar equipos de observación visual en Antofagasta, Santiago, Concepción y Temuco. En Santiago, dicho equipo trabajó desde el Cerro Calán, donde se estaba construyendo la nueva sede del Observatorio.
Gracias a las gestiones eficientes y rápidas de Rutllant, los equipos se conformaron con rapidez, por lo que estaban preparados cuando el lanzamiento del primer Sputnik soviético tomó por sorpresa a todo el mundo, en especial a Estados Unidos. Las estaciones y los observadores chilenos estuvieron entre los primeros del mundo en detectar el paso del Sputnik, en calcular su trayectoria, y en enviar los datos a unos ansiosos norteamericanos, que se habían visto superados en el primer gran paso de la exploración espacial. Debido a estas grandes contribuciones, Rutllant fue invitado oficialmente por el Departamento de Estado norteamericano para exponer los resultados del programa chileno de observación de satélites. Esta visita a Estados Unidos fue de lo más provechosa y trascendental para la ciencia en Chile, dado que no solo permitió cimentar el prestigio científico de la pequeña comunidad local, sino que además vinculó a Rutllant con astrónomos del hemisferio norte que deseaban instalar observatorios en el hemisferio sur, cuestión que se cumpliría en la década siguiente (los detalles de esta singular historia serán contadas en otra ocasión por el autor de esta columna).
La historia de la colaboración chilena en la carrera espacial está aún incompleta, y muchos recuerdos restan aún por ser re-descubiertos, la mayoría de ellos guardados en archivos o en la memoria de aquellos y aquellas testigos que de la época que aún viven. Al recordar la participación de Chile en la carrera espacial, vemos que existía en esa época una activa comunidad científica, deseosa de mostrarse y vincularse al mundo, y con el apoyo importante de algunas autoridades, principalmente las universitarias. Al mismo tiempo, se observa la importancia clave de la Guerra Fría, y la coexistencia de las actitudes de cooperación y competencia internacional, que también marcaron la ciencia practicada en Chile durante los años cincuenta y sesenta. En este contexto, nuestro país y sus científicos jugaron un papel importante en la historia que llevó a Armstrong y Aldrin a pisar, por primera vez, el suelo lunar. Una parte de ese logro le pertenece a Chile.
[1] “La Ciencia hará la Anatomía del Universo”, Revista Zig Zag, N° 2608, 19 de marzo de 1955.
[2] Patrick W. Mcray, Keep Watching the Skies! The Story of Operation Moonwatch and the Dawn of the Space Age, Princeton University Press, Princeton, 2008, p. 5.
[3] Óscar Avendaño Sepúlveda, Historia, Antecedentes y Desarrollo del Año Geofísico Internacional (1957 – 1958), Ministerio de Relaciones Exteriores, Santiago, 1957, p. 18.
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