Por FRANCO GUZMÁN S.
Licenciado, Magíster y Profesor de Historia y Ciencias Sociales
Pontificia Universidad Católica de Chile
El fútbol está suspendido en este periodo de cuarentena. Y pese a que se extraña ver partidos de fútbol en vivo, y más aún ir al estadio, en internet y en la televisión hay varios partidos para ver y repasar. Pese a que en este periodo he trabajado mucho, incluso más de lo normal, no ha faltado el tiempo para mirar partidos de Chile rumbo a Francia 98, Sudáfrica 2010 y Brasil 2014. También para ver partidos históricos de los mundiales. Y fueron justamente algunos de esos encuentros los que motivaron esta reflexión. El primero de esos partidos fue el que disputaron Escocia y Holanda, en el mundial de Argentina 1978. El resultado fue una sorprendente, y a la vez decepcionante: victoria por 3-2 en favor de los escoceses. Ese encuentro tiene algunas cosas que dan para pensar, aparte del resultado.
En primer lugar, se podría decir que fue un choque de estilos. El fútbol total de Holanda, toques veloces, salida limpia y presión alta, en contra del antiguo fútbol físico y aguerrido de los escoceses. Fue una victoria sorprendente porque Holanda era el finalista del mundial anterior, y era un equipo reconocido por llevar el juego al nivel más alto, mientras que Escocia no tenía ninguno de esos pergaminos y para avanzar debía ganar por dos goles de diferencia. Y a la vez fue decepcionante para los escoceses, ya que en el minuto 68 lograron esos dos goles de diferencia con un tanto digno de enmarcar, que parece no encajar con la imagen que uno tiene de los típicos futbolistas de Escocia: Archie Gemmil consigue una pelota suelta en la banda derecha, hace una diagonal hacia el vértice del área, dejando dos defensas en el camino y tocando para Kenny Dalglish, la estrella del Liverpool, entre medio de dos holandeses. Dalglish rápidamente devuelve la pared haciendo que los holandeses choquen entre sí y Gemmil entra al área, levantando la pelota por sobre el portero para definir. Un derroche de habilidad individual para un colectivo que volvió a la realidad de la manera más cruel: tres minutos después, Johannes “Johnny” Rep clavaba un impresionante tiro cruzado de larga distancia en la portería rival, acabando con el sueño escocés de avanzar a segunda fase.
A los escoceses les quedó el consuelo de haber derrotado a uno de los equipos que llegaría, nuevamente, a la final del mundial. Además, el gol de Gemmil fue elegido como el mejor tanto del mundial de Argentina 78. Pero si bien había potencial en el equipo escocés, nunca lograron una buena presentación en los mundiales, pese a participar en cinco ocasiones consecutivas entre 1974 y 1990. De ahí en adelante Escocia no ha podido clasificar, salvo en 1998, y el gol de Gemmil quedó como una anécdota. Mi padre, un eterno admirador de la rudeza futbolística, siempre me comenta que es “una pena que Escocia ya no esté en los mundiales”, ya que sus jugadores siempre vendían cara sus derrotas, no importándoles mucho la integridad propia o de los rivales, al extremo de salir heridos, mostrando un enorme (e inquietante) orgullo. Además, sus hinchas eran unos verdaderos dementes, que protagonizaron varios episodios lamentables en mundiales y competiciones europeas. Bien lo saben los dirigentes del F.C. Barcelona, cuando en la final de la Recopa de Europa 1972, disputada en el Camp Nou entre el Dinamo de Moscú y el Rangers, vieron con terror como los hinchas del Rangers comenzaron a destruir el estadio, a modo de celebración por el triunfo. Hoy en día, las barras escocesas, sobre todo los seguidores de la selección conocidos como el tartan army, han hecho serios esfuerzos por cambiar esa imagen. Pero ese ya es tema de otra conversación.
Al parecer, poner el sonido de una gaita en mi alarma de despertador (eso me obliga a levantarme) ha hecho que esté más atento a las apariciones de Escocia en los medios. Y aquí justamente es donde me encuentro con el otro partido que inspira esta reflexión; un encuentro de la champions league 2008 entre el Celtic Glasgow y el FC Barcelona. El resultado fue un vibrante 3-2 a favor de los catalanes, pero una cosa llamó poderosamente mi atención: la barra del Celtic se animaba mucho en los corners, casi como si fueran penales. Pensé que a lo mejor era algo propio de la situación de ese partido, pero hice una pequeña investigación para asegurarme y noté que en otros partidos del Celtic, por ejemplo, en sus victorias sobre el Manchester United 2006 y el FC Barcelona 2012, se reiteraba el mismo patrón. Lo mismo pasaba en partidos de la liga local con otras barras y en los clásicos entre Celtic y Rangers, equipos que monopolizan el campeonato, los cuales parecen estar marcados por la fricción, las peleas y las entradas violentas.
Pese a lo anterior, no quiero hacer una caricatura del fútbol escocés y hacerle pensar al lector que los escoceses sólo admiran la fuerza y los cabezazos. Han tenido jugadores sumamente habilidosos y por sus clubes han pasado verdaderos talentos. Yo recuerdo dos: El sueco Larsson y el japonés Nakamura, y según lo que cuentan las crónicas, el Celtic ganador de la Copa de Campeones de Europa 1967[1] era un equipo que combinaba la habilidad de los primeros jugadores escoceses con su ya reconocida fuerza y voluntad, además de ser un equipo formado íntegramente por jugadores de Glasgow. Pero en general, se puede decir que el fútbol escocés de los últimos años se caracteriza por tener formidables cabeceadores, ya que es algo que dominan mejor que el juego asociado a ras de piso, a tal punto que dicha capacidad es reconocida por sus propios hinchas como una de sus grandes fortalezas.
Todo esto ya nos puede ir dando una imagen de cómo es el fútbol escocés actual: físico, rudo y con una gran confianza en el juego aéreo y las pelotas detenidas. Pero lo interesante de todo esto es que los escoceses, a finales del siglo XIX, interpretaron un rol muy importante para hacer surgir un estilo de juego totalmente diferente a las características que tiene su fútbol hoy en día. El gol de Gemmil, el primer hecho que motivó toda esta reflexión me recordó uno de los temas que más me apasionan; el nacimiento del fútbol. Gemmil era un jugador bajito y fuera de forma, y se parecía bastante a esos jugadores de finales del XIX, que reclamaban el título de “profesionales” pero que estaban lejos de ser los atletas que tiene el fútbol moderno. Pero por espíritu no se quedaban y buena parte de esos jugadores, pioneros en el profesionalismo, eran escoceses
Netflix estrenó hace poco una serie titulada “The english game”, y en ella narran la historia de cómo los equipos obreros del norte de Inglaterra lograron quebrar el control de los equipos aristocráticos, como era el caso de los Old Etonians, casi eterno ganador de las primeras ediciones de la F.A. Cup, hasta que fue derrotado por el hoy desaparecido Blackburn Olimpyc en 1883. En la serie, mezclan al Olimpyc con su gran rival, el aún vigente Blackburn Rovers, finalista en 1882 y campeón en 1884, pero a la larga eso es un detalle y si podemos agradecerle algo a la serie, es que ilustra como el fútbol dio sus primeros pasos. También se inspira en la vida de uno de los primeros profesionales, el escocés Fergus Suter, quien jugó para los Rovers entre 1880 y 1888.
Suter, y otros jugadores como él, encarnaban una nueva generación de futbolistas. No eran aristócratas en busca de un “hobby”, eran deportistas que pretendían que se les pagase para jugar, y como eso estaba prohibido, tenían empleos de medio tiempo en fábricas locales (o simplemente empleos fantasmas) para dedicar la mayor parte de su tiempo a jugar. Con jugadores como Suter llegaron a Inglaterra las sesiones de entrenamiento y el juego de pases, pero eso era algo que en Escocia ya llevaba más tiempo. El lector ya debe saber que el fútbol antiguo era un deporte muy brusco y de contacto. Los aristócratas que lo crearon originalmente jugaban rugby y el fútbol de entonces estaba lleno de jugadas parecidas. Era normal ver muchos jugadores corriendo apiñados en torno a la pelota, así como empujones, choques, golpes y tacles.
En Escocia las condiciones eran un poco diferentes. Tal vez nunca recalcamos esto lo suficiente, pero a finales del siglo XIX y principios del XX, las diferencias de clase eran más que el dinero, la educación y los derechos. Eran incluso fisiológicas. Las personas privilegiadas comían mejor y se desarrollaban más, mientras que los obreros mostraban claros signos de desnutrición y bajo crecimiento. Y los expertos en esa materia sabrán que esas características se pueden heredar e incluso marcar genéticamente a las poblaciones durante generaciones. En el caso del Reino Unido, los registros militares muestran claras diferencias de porte y altura entre los reclutas de las escuelas reales, donde entraban miembros de la aristocracia, y la marina real, cuyos miembros eran reclutados de las clases más bajas.
En el caso de Escocia, el país sufrió continuas hambrunas producto de las guerras, casi ininterrumpidas desde 1296, y un forzado proceso de urbanización en 1747, luego de que los británicos rompieran con el sistema de clanes, obligando a miles de personas a buscar empleo y hogar en las ciudades o emigrando a otros continentes. En particular, la ciudad de Glasgow creció mucho, demográficamente hablando, y pronto sus habitantes experimentaron los efectos de la revolución industrial que ya se vivía en el resto de Reino Unido. Para finales del siglo XIX, Glasgow era la segunda ciudad más grande del país, y experimentaba todos los problemas sociales que trajo el proceso de industrialización, en particular; el hacinamiento, el alcoholismo y la desnutrición, que en el caso escocés era bastante grave, fruto de siglos de guerra y hambrunas, y de la poca disponibilidad de nutrientes. Al parecer la altura de los escoceses no se vio tan afectada por la desnutrición, ya que a principios del siglo XX están consignados como una de las poblaciones más altas de Europa[2], pero si se puede apreciar que los demás índices demográficos (esperanza de vida, predisposición a enfermedades y posibilidad de ganar peso) eran más bajos que otras zonas de Reino Unido.
Pero en lo netamente futbolístico, si eres bajo y/o desnutrido ¿Puedes jugar? Claro que sí, en ningún lado está escrito que el fútbol es solo para personas grandes y bien alimentadas, ni siquiera los elitistas fundadores de la Asociación Inglesa de Fútbol (F.A en inglés) llegaron a sugerir algo así. Pero ¿puedes ganar en los términos del antiguo fútbol? Es decir, ¿buscando el contacto, no eludiendo los choques y tratando de imponerte por la fuerza? Me parece que así era casi imposible ganar. Por eso fue que en Escocia, uno los lugares más marginales y desfavorecidos del Reino Unido, es en donde nació un estilo de juego basado en eludir el choque, en hacer circular la pelota entre los jugadores del equipo, lo más rápido posible, y en buscar los espacios para rematar a la portería o entrar al área rival con opciones de gol. En pocas palabras, la base del estilo de toque que hoy asociamos con tantos otros equipos a lo largo del siglo XX, pero difícilmente con Escocia.
Los primeros rudimentos del juego de pases sorprendieron a los ingleses en 1872, año en que se disputó el primer partido internacional oficial de fútbol entre las selecciones de Inglaterra y Escocia. La mayoría de los representantes ingleses provenían de los equipos formados en el interior de los colegios privados aristocráticos, mientras que los jugadores escoceses tenían un origen social más diverso y la gran mayoría jugaba en el mismo equipo, el Queen’s Park F.C., lo cual los hacía conocerse mejor. Más allá del resultado (empate 0-0), esa fue la primera vez que los ingleses vieron el juego de pases y si bien a los aristocráticos dirigentes de la F.A. inglesa no les interesó cambiar el estilo de su juego, a otros dirigentes y capitanes de clubes ingleses les importó mucho aprenderlo, sobre todo a los equipos del norte de Inglaterra. Al parecer, la adhesión al estilo de pases en el Reino Unido a fines del XIX no pasaba tanto por una cuestión nacional, parece ser un asunto de identificación social. Pongo por ejemplo el caso de uno de los fundadores de la F.A inglesa, Arthur Kinnaird, nacido en Londres, pero descendiente de una aristocrática familia escocesa, quien incluso defendió a dicha selección en un encuentro con Inglaterra, además de jugar para el Wanderers F.C. y el Old Etonians. Como jugador (en esos años los futbolistas también eran dirigentes, y en el caso de Kinnaird, tesorero de la F.A.) destacó por jugar en todas las posiciones, con un estilo muy físico, hasta violento. También anotó el primer autogol oficial. Pese a que a Kinnaird en un principio no le convencían ni el nuevo estilo ni el profesionalismo, en 1890 llegó a ser el presidente de la F.A y bajo su largo mandato se dedicó a consolidar esta realidad en el fútbol inglés.
Como decía anteriormente, fueron justamente los equipos obreros del norte los primeros en iniciar el profesionalismo del fútbol y los primeros en traer jugadores de Escocia. El norte inglés era una región que vivía una realidad demográfica similar a la que se vivía en Escocia, y resentía el dominio de los colegios aristocráticos en el fútbol, por lo que incorporaron a estos primeros profesionales escoceses con la esperanza de romper dicha supremacía. A la vez, los escoceses se movían hasta esa zona en busca de trabajo y oportunidades. Fue en el norte de Inglaterra donde el estilo de pases obtuvo sus primeros triunfos y en donde contribuyó a popularizar el deporte, ya que, en mi opinión, esta nueva forma de jugar hacía que la victoria estuviera al alcance de “gente normal” y eso es lo que hace que un deporte se vuelva atractivo. En 1885, cuando la F.A inglesa decidió permitir la profesionalización del fútbol y el pago a los jugadores, los clubes del norte de Inglaterra vivieron una verdadera década de oro y en sus filas había muchos jugadores escoceses.
Pero el fútbol cambió y también lo hizo el mundo desde fines del siglo XIX hasta hoy. Escocia mejoró sus índices demográficos y hoy forma parte del primer mundo, pese a que hay algunos indicios que todavía muestran que alguna vez fue una zona marginal del Reino Unidos, como sus indicadores de cesantía o la gran cantidad de escoceses que siguieron migrando durante el siglo XX. Junto con mejorar sus estadísticas demográficas, Escocia también cambió su fútbol y pronto fueron superados en el estilo que ellos mismos alguna vez crearon, por lo cual concluyo que buscaron otras opciones que los favorecieran en el campo, buscando más el contacto físico y las pelotas detenidas. Pese a ello creo que no debemos olvidar donde nació el estilo de juego que formó la fisonomía del fútbol moderno. Por una extraña coincidencia, el estilo de toque se desarrolló mucho en lugares donde la población experimentó fuertes hambrunas o donde existían graves problemas de nutrición. Ahí encontramos países y lugares como Austria, Hungría. Países Bajos y la misma Sudamérica. No obstante, no quiero que me tilden de determinista y que el lector piensa que estoy asumiendo que para jugar un fútbol lindo y vistoso hay que tener una población hambrienta. Ya que el fútbol es una actividad física, sería interesante investigar la relación entre distintos factores como la nutrición de la población y los estilos de juego desarrollados. Sin duda eso sería un gran tema de investigación.
Pero retomando nuestro punto, y para cerrar la reflexión de hoy, debemos indicar que sin los jugadores escoceses que llevaron el estilo de pases a Inglaterra y que contribuyeron a hacerlo triunfar en las últimas décadas del siglo XIX, el fútbol no sería lo que es hoy. Fue ese estilo el que se difundió por el mundo, y pese a que el fútbol hasta la década de los 70 era mucho más rudo que ahora, pienso que una de las cualidades que explican la difusión masiva de este deporte era que las personas lo consideraban un juego entretenido, un espectáculo, y más importante aún, un juego que cualquiera podía jugar, incluso los desnutridos.
Bibliografía y Fuentes:
Cox, R. W., Russell, D., Vamplew D., “History of Football”, in Encyclopedia of British Football, Frank Cass edit, 2002.
Demographic history of Scotland, en Wikipedia la enciclopedia libre, consultada en: https://en.wikipedia.org/wiki/Demographic_history_of_Scotland
Hobsbawm, E., (1994), Historia del siglo XX, Buenos Aires, Crítica, 1998.
Jara Pozo, M., “De juego aristocrático a identidad popular” en Historia del secuestro de una pasión: El futbol como herramienta política bajo el totalitarismo”, Santiago, RIL editores, 2012.
Kobbe, M. y Calero, A, “De escocia y el institnto de la autodestrucción”, en Fronterad revista digital, disponible en https://www.fronterad.com/de-escocia-y-el-instinto-de-la-auto-destruccion/
Martín, J.M., “El Celtic campeón de Europa 1966-1967” en Memorias del futbol, consultado en https://memoriasdelfutbol.com/celtic-campeon-copa-europa-1967/
Meisel, A. y Vega M., “Los orígenes de la antropometría histórica y su estado actual” en Cuadernos de historia económica y empresarial, n°18, 2006.
National Records of Scotland, consultado en https://www.nrscotland.gov.uk/
[1] El delantero Jimmy Johnstone reconoció la sensación que tuvieron los jugadores del Celtic antes de la final cuando se encontraron con sus rivales del Inter de Milan en el túnel de vestuarios: “Todos medían metro ochenta, con sus bronceados Ambré Solaire, sus sonrisas Colgate y el pelo engominado. Incluso olían bien. Por el otro lado estábamos nosotros, una panda de enanos, blancuchos y sin dientes.” En lo personal, este articulo puede contribuir a cambiar el prejuicio que existe sobre el futbolista escocés, vistos como “grandotes” y “brutos”.
[2] Esto favorecía el reclutamiento de muchos escoceses, quienes tuvieron en el ejercito uno de sus principales “salvavidas” (los otros eran la residencia en el área industrial de Glasgow y la emigración, dentro o fuera del Reino Unido). Pese a ser el 10% de la población de Reino Unido, los escoceses representaban el 15 % del ejército británico en la primera guerra mundial. La alta mortalidad de escoceses en la guerra (poco más del 10%, sin contar los heridos graves) contribuyó a bajar su promedio de altura y además afectó el crecimiento poblacional.
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