Por DIEGO SARMIENTO K.
Estudiante secundario
Club B.
No se puede entender la libertad sin antes prestarle la suficiente atención a la igualdad, especialmente cuando de oportunidades se trata.
Si todos los hombres y mujeres son iguales en valor y dignidad, no tiene sentido que algunos tengan privilegios por sobre otros, en tanto estos privilegios no tengan origen en el mérito individual. Lo anterior no quiere decir, por cierto, que únicamente a través del mérito propio es que “se nos otorgue la posibilidad” de acceder a ciertas prestaciones o, más bien, derechos, tales como educación, salud, etcétera, ya que son precisamente los derechos sociales los que aseguran cierta igualdad de oportunidades.
Desde la dimensión moral, existen al menos tres justificaciones de la lucha contra la desigualdad (PNUD, 2017). La primera, que en un contexto de pobreza la distribución dispar de la riqueza resulta en que los grupos con menores recursos no logran satisfacer sus necesidades materiales básicas, por tanto, se ven imposibilitados de tener una vida digna – he aquí la ficción de la igualdad ante la ley cuando no se condice con cierta igualdad material. La segunda, que los grupos que concentran la riqueza tienden a influir en las decisiones políticas para su propio beneficio, atentando contra los principios democráticos. Por consiguiente, todo esfuerzo por mitigar la desigualdad es también un esfuerzo por fortalecer la democracia. Por último, que la desigualdad económica se traduce en desigualdad territorial del espacio, donde tenemos a los unos (los más ricos) viviendo acá y a los otros (los más pobres) viviendo allá, desvirtuando toda noción de una sociedad unificada e integrada.
Gracias al trabajo de Bourguignon (2017), por su parte, y de Galor (2011), por la suya, sabemos que la contienda contra la desigualdad también tiene una dimensión de utilidad práctica. A mayor concentración de la riqueza, mayor inequidad en el acceso a oportunidades de crecimiento, tales como educación o puestos de trabajo. En virtud de las imperfecciones en el mercado de créditos y costos fijos asociados a la inversión en educación, la distribución del ingreso influye gravemente en la ocupación laboral. En consecuencia, existe una tendencia a que los pobres sigan siendo pobres y los ricos sigan siendo ricos.
La cosa no queda ahí. Cuanto más desigual sea una sociedad más crimen habrá. Un grupo de investigadores del Banco Mundial, liderado por el economista Hernan Winkler, analizó el caso de más de 2.000 municipalidades en México, demostrando la veracidad de esta premisa, al probar que las localidades con menor desigualdad efectivamente tienen menor tasa de criminalidad[1].
Frente al continuo levantamiento de populismos alrededor del mundo, el llamado es a fortalecer la democracia liberal. Este objetivo es imposible si no repensamos los mecanismos de redistribución e integración. No permitamos que el dogmatismo, tan propio de la política chilena corrompa tal esfuerzo. La evidencia y la razón apuntan hacia la necesidad de construir una sociedad más igualitaria, y la política debe estar a la altura. Justamente ahora es el momento de un nuevo pacto social que tenga en mente tanto la libertad como la igualdad.
[1] “Está demostrado: con menos desigualdad se tiene menos crimen”. (2020). Retrieved 15 May 2020, from :https://www.bancomundial.org/es/news/feature/2014/09/03/latinoamerica-menos-desigualdad-se-reduce-el-crimen
*Imagen de cabecera propiedad de El País.