Por JORGE MUJICA U.
Licenciado y Magíster en Historia
Pontificia Universidad Católica de Chile
El sábado 17 de agosto recién pasado, el antropólogo e investigador del Instituto de Estudios de la Sociedad Pablo Ortúzar, publicó en La Tercera una columna titulada Little Miss ONU[1], en la que se refiere al supuesto aprovechamiento del progresismo de la figura de Greta Thunberg, la activista adolescente sueca que ha llamado la atención global por su lucha contra el cambio climático. Ortúzar, quien ha sido señalado como uno de los líderes jóvenes y “principales intelectuales de la derecha” por la Revista Sábado de El Mercurio[2], sostiene que “los adultos que la tratan (a Greta) como si fuera una genio enviada por los dioses le está haciendo un daño tremendo. Le están quitando la libertad propia de la juventud, volviéndola un producto comercial y fijándola para siempre en un personaje que puede no acomodarle por mucho”.
Aunque Ortúzar inicia su columna condenando los “ataques a su persona proferidos por adultos avinagrados”, el autor no tarda en expresar sus propio prejuicios contra la joven Greta, acusando que su rebeldía proviene más de su “ingenuidad adolescente” (hasta el título de su columna, Pequeña Señorita ONU, es indicador su condescendencia para con Greta). Además de manifestar poca comprensión de la relación compleja de la juventud con la política (que se ha manifestado en distintos casos históricos, desde las revueltas estudiantiles de Córdoba en los años 30; el mayo francés; o los movimientos estudiantiles chilenos entre 2006 y 2011), Ortúzar reduce la figura de Greta Thunberg de un símbolo de la necesaria conciencia medioambiental que requiere el mundo del Siglo XXI para sobrevivir, a un simple reflejo de las necesidades de la “filosofía progresista” para sentirse cómoda en su relación con la crisis medioambiental. Le quita, de este modo, todo capacidad de agencia y poder de decisión a Thunberg, no solo en tanto que adolescente, sino que también como activista medioambiental. Esta crítica no difiere, en su modo de ser formulada, de las que la derecha ha proferido reiteradamente contra los movimientos estudiantiles, insinuando que sus actividades y sus demandas son resultado, en realidad, de la influencia de partidos políticos y otras organizaciones interesadas, lo que dice mucho más de la forma en que la derecha proyecta, imagina y lleva a la práctica la política, que del carácter real de la relación entre juventud y política.
Además de esto, Ortúzar finaliza apuntando que la “filosofía progresista es, además parte del problema que ha llevado a la actual crisis medioambiental”. Me parece que el autor de la columna no ha podido elegir peor momento para aprovecharse de la crisis medioambiental y utilizar a la figura de Greta Thunberg con el objetivo de golpear a un progresismo que, menester también es decirlo, no queda claro qué lo define. ¿Se trata del progresismo, como lo entiende (o, más correctamente, lo imagina) la derecha, como sinónimo laxo de “izquierda”? ¿O, cuando utiliza “filosofía progresista”, se refiere a aquella que subyace en los metarrelatos políticos e ideológicos que han dominado en el Occidente de los últimos dos siglos? Saber a qué se refiere un intelectual de derecha como Ortúza es interesante. En la segunda de estas definiciones, el socialismo fundado en el marxismo, así como las distintas vertientes del liberalismo que defienden la economía de libre mercado, forman parte de la misma familia; ambos se proyectan a futuro con el objetivo de alcanzar una meta idealizada. Ortúzar indica que el progresismo manifiesta una cierta forma de ver la historia y del futuro, cuando en realidad ese discurso es hegemónico dentro de gran parte de la izquierda y la derecha contemporáneas. Ni siquiera la derecha conservadora, cuyas mutaciones durante el siglo XX la han obligado a incorporar la mayor parte de las ideas del liberalismo para evitar su desaparición, escapa a estas ideas. En ese sentido, es inútil buscar responsabilidades políticas cuando todos los modelos de desarrollo implementados por los estados nacionales han demostrado un desprecio sistemático por el medioambiente, sin importar si se trataba del modelo capitalista occidental, del modelo del socialismo real soviético, o de los diversos modelos que podrían agruparse dentro del grupo heterogéneo de “terceristas” en los países del Sur global.
A ello, hay que sumar algunos datos relevantes para la discusión respecto de las responsabilidades en la crisis ambiental. Por ejemplo, hay que apuntar que aquellos gobiernos que, en los últimos años, han impulsado agendas contra la protección del medioambiente, son precisamente liderados por negacionistas del cambio climático, como Jair Bolsonaro y Donald Trump, quienes han contado con el apoyo de unas derechas que se han identificado fundamentalmente en torno a la oposición al progresismo. En segundo lugar, en los últimos años, la violencia organizada contra activistas, dirigentes indígenas y organizaciones se ha cobrado la vida de miles personas en todo el mundo. Latinoamérica es, de hecho, una de las regiones más peligrosas del globo para los activistas medioambientales, siendo Brasil el país que ha registrado el mayor número de ataques[3]. En Chile, la muerte de la activista mapuche Macarena Valdés, en 2016, ocurrió en medio de su oposición a la empresa transnacional RP Global, en conflicto con comunidades Pehuenche. Sus amigos, familiares, y otros luchadores sociales, insisten con fuerza en la necesidad de aclarar en qué circunstancias se produjo lo que consideran un “feminicidio empresarial”[4]. Los asesinatos y ataques contra activistas, es necesario decirlo, han ocurrido bajo gobiernos de todos los cortes políticos, pero es indudable que el clima de odio que han favorecido los posicionamientos radicales de Trump y Bolsonaro, así como la tendencia de las derechas a proteger los intereses de los empresariados, empeoran la situación de los luchadores ambientales.
Por último, la coyuntura
actual hace incluso más inoportuno el contenido de la columna de Ortúzar. Tres
sucesos medioambientales recientes revelan, una vez más, la gravedad del cambio
climático. Primero, la NASA confirmó la extinción del glaciar Okjokull en
Islandia[5]; segundo, meteorólogos
chilenos han dado a conocer que el invierno actual es el más seco en la zona
central de Chile en 60 años, y las autoridades políticas ya están decretando
zonas de emergencia a comunas de las regiones de Coquimbo, Valparaíso,
Metropolitana y de O’Higgins debido a la falta de lluvias que amenaza la
productividad agrícola y el abastecimiento de agua[6]; y, en tercer lugar, la
lamentable noticia de los incendios forestales de la Amazonía brasileña,
paraguaya y boliviana, que ha consumido más de 500 mil hectáreas de bosque, la
peor temporada de incendios de que se tenga registro en el más importante
pulmón verde del planeta. Ante esta realidad, importa muy poco en si unos
cuantos políticos “progresistas” mezquinos intentan apropiarse de la imagen de
Greta Thunberg, cuando lo claro es que la gravedad y la urgencia de la crisis
medioambiental debe tolerar y promover la presencia de símbolos como el que
ella representa en este momento. Si algo debe significar la próxima visita de
esta joven activista a Chile, es recordar precisamente que hay muchos otros
activistas, hombres y mujeres, jóvenes y viejos, muchos de ellos indígenas, que
están arriesgando sus vidas día a día en acciones concretas contra la
depredación del medioambiente. Luchas que en Chile se han manifestado en, por
ejemplo, la defensa del agua y de la pesca artesanal, la defensa del bosque nativo
por parte de comunidades indígenas frente a la expansión forestal, o la
oposición a proyectos contaminantes como las minas Invierno y Dominga. No se
trata, finalmente, de lo que hace o dice Greta Thunberg, ni de lo que los
adultos avinagrados de la élite, progresistas o conservadores, piensen de ella,
sino de la forma en que el símbolo que representa puede llevarnos a cuestionar
las bases sobre las en que el modelo de desarrollo del país (y del mundo) se
sustenta, las que no son, en absoluto, sustentables a futuro.
[1] https://www.latercera.com/opinion/noticia/little-miss-onu/785682/
[2] http://www.redlideres.cl/lider/pablo-ortuzar/
[3] https://www.eltiempo.com/vida/medio-ambiente/lideres-ambientales-asesinados-en-latinoamerica-352944
[4] https://www.eldesconcierto.cl/2019/08/20/caso-macarena-valdes-munoz-tres-anos-de-impunidad/
[5] https://www.lanacion.com.ar/sociedad/islandia-el-glaciar-okjokull-recibe-un-funeral-tras-morir-a-los-700-anos-nid2278914
[6] https://www.24horas.cl/nacional/meteorologia-zona-central-esta-registrando-el-invierno-mas-seco-en-60-anos-3360783
*Imagen de cabecera propiedad de Crónica.
Estimado Jorge,
Gracias por darte el tiempo de responder mi columna. Creo que te equivocas al interpretar mi crítica al show del yate de carreras como un ataque a Thunberg. Su labor como activista local me parece muy valiosa y lo destaco al comienzo de la columna. Su manipulación para convertirla en un producto comercial calma-conciencias, no. Creo que justamente terminará siendo manipulada por el sistema que busca combatir. Mark Fisher mostró hasta el cansancio cómo el capital transforma la rebeldía ingenua en un producto administrable (ojo que ingenuidad no lo usé en sentido peyorativo). Puede que sea un error de apreciación el mío, pero no me parece para nada alocado como crítica, y tu texto no se hace cargo de él.
Respecto al progresismo, identificas muy bien una ambigüedad en lo que escribí: efectivamente se mezclaron en el texto una crítica específica al progresismo de izquierda y otra al progresismo en general, a la ilusión inmanentista de que el mundo se dirige en una marcha inexorable hacia la superación gracias a la expansión de la tecnología y la razón instrumental. Ambas nociones aparecen, por supuesto, entrelazadas en la realidad. La cosa es que en buena medida la crisis ambiental está vinculada a la idea de que “el futuro se hará cargo del futuro” y a la fe ciega en la técnica. Y también que muchos adultos progresistas -de izquierda y derecha- descargan sus responsabilidades en los jóvenes mediante la identificación con ellos y la adulación. De nuevo, discutible, pero nada absurdo.
Respecto a la oportunidad, creo que nunca es inoportuno plantear asuntos razonables. Yo asumo que la gente lee mi columna también lee y sabe algo respecto al desastre ecológico y los elementos que lo rodean (como la violencia contra los activistas). No entiendo por qué yo tendría la obligación de censurarme o limitarme a repetir lo que a otros les parece más prioritario o importante. La crisis es de tal envergadura que es necesario que haya una conversación pública amplia al respecto, orientada a buscar acuerdos: la pura histeria militante se queda totalmente corta frente al problema.
Por último, sobre la gravedad de la crisis, creo que no estamos en desacuerdo. Pero, de nuevo, eso no obliga a tener que aceptar todo lo que parezca empujar en una determinada dirección. A mi me parece mal lo que se está haciendo con esta estudiante -cuyo activismo estudiantil considero valioso-, justamente porque creo que lo ideal es que su experiencia local se replique en muchas localidades -por gente de todas las edades- en vez de ser convertida ella en un mero icono publicitario orientado a la auto-satisfacción de la élite bienpensante.
Saludos atentos,
Pablo.