Por JORGE MUJICA U.
Licenciado y Magíster en Historia
Pontificia Universidad Católica de Chile
Esta columna surge a partir de un doble ejercicio. Por un lado, el de la necesidad de considerar, históricamente, el papel de la Izquierda y de los Movimientos Sociales en un relato histórico mayor, que abarca desde el fin de la Transición hasta el proceso constituyente, atravesando el ciclo de protesta social entre 2011 y 2019. Por otro, de la posibilidad de generar propuestas y respuestas a partir de dicha consideración histórica, para la Izquierda y los Movimientos Sociales en el marco del futuro a corto y mediano plazo.
I. La dificultad de definir (el fin de) la Transición
La definición de la Transición como un período o ciclo de la Historia política de Chile, aunque problemática, se ha transformado en un foco de discusión (y disputa) cada vez más recurrente tanto para la historiografía como para la política. Mientras que existe un consenso muy claro respecto al inicio de la Transición, mucho más difícil ha sido intentar definir cuando finalizó. Esta problemática surge no sólo de la dificultad de leer el presente en clave histórica, sino también porque la definición de cuándo termina o no un período como la Transición (y, además, qué es lo que la define sustancialmente) está, muy a menudo, atravesada por el compromiso con una determinada postura política.
El alardeado fin de la Transición ha sido, ciertamente, un tema recurrente del lenguaje político de la década de los 2010’s, ya sea desde la esfera intelectual, hasta la clave humorística. No obstante, la distancia nos permite a los historiadores e historiadoras evaluar algunos criterios que permiten, hasta cierto punto, diferenciar entre uno y otro ciclo histórico. Por supuesto, cualquier punto que determine el paso de un estadio a otro no deja de ser, en gran medida, arbitrario y subjetivo. Corre para definir el fin del a Transición en Chile, como para definir el fin de la Edad Media en 1453 o en 1492. La realidad es mucho más compleja y hace mucho que se ha demostrado que las rupturas drásticas, formidables y violentas forman parte de la Historia tanto como las más largas continuidades que se mueven en sus pisos subterráneos.
A pesar de ello, y aunque probablemente hay (y habrá) personas que podrán dar una definición mucho más acabada de la Transición como período histórico, mi postura es que ella terminó en 2010, con el fin de los gobiernos de la Concertación de partidos por la democracia y el triunfo de una coalición de derecha, encabezada por Sebastián Piñera, por primera vez desde el fin de la dictadura cívico-militar. Para ello, mis argumentos son tres:
a. el fin del duopolio político, que comenzó a resquebrajarse durante la primera administración de Piñera;
b. el fin del compromiso neoliberal que caracterizaba a la arena política ‘formal’ dominada por el mencionado duopolio;
c. y (a mi juicio el más importante, y que de hecho provocó los mencionados anteriormente) la apertura de un ciclo protesta social que, con todas sus diferentes expresiones, puso en entredicho el modelo político, social y económico de la Dictadura y la Transición, entre 2011 y 2019.
II. La década postransicional
Aunque aún es muy pronto para afirmarlo con seguridad, es posible que los historiadores e historiadoras del futuro (cercano y lejano) vean el período de protesta social entre 2011-2019 como parte de un mismo proceso (con importantes antecedentes, por lo demás, en 2001 y 2006). Los propios actores de este ciclo, para quienes vivimos y participamos activamente del movimiento social durante esta década, lo sentimos así. Desde una perspectiva histórica, entonces, surge naturalmente la siguiente pregunta: ¿Qué es lo que caracterizaría a este nuevo ciclo político-social de Chile?
Una respuesta preliminar es que la década pasada se caracterizó, fundamentalmente, por el surgimiento y la consolidación de una gran fuerza sociopolítica que, en la forma, rechaza radicalmente la política de la Transición, y en el fondo, constituye un cuestionamiento al modelo de desarrollo imperante desde fines de la Dictadura (al que, por conveniencia y sin entrar en definiciones más profundas, llamaremos Modelo Neoliberal). Esta fuerza sociopolítica se fraguó al calor de movimientos sociales como el medioambiental, el estudiantil y el feminista, y de demandas históricas en áreas clave como educación, salud, pensiones y vivienda. Su materialización ha sido diversa, pero impactante: por un lado, el surgimiento de una multitud de organizaciones que, al alero de los movimientos sociales y los ciclos de protesta, han devuelto paulatinamente la política a la sociedad civil y que, incluso, ha logrado recuperar parte del tejido social perdido durante (o, más bien, exterminado por) la dictadura. Por otro lado, el surgimiento de fuerzas políticas formales, con una capacidad de incidencia cada vez mayor, y que intentan representar en la administración del Estado, las diversas demandas sociales de la década. Entre estas fuerzas políticas, las más relevantes son la formación del Frente Amplio, en su mayoría por dirigentes jóvenes formadas durante la década de 2010, y el impresionante retorno del Partido Comunista como un actor relevante en la política nacional.
Con mayores o menores matices, esta fuerza sociopolítica, que podemos denominar en conjunto la Izquierda y los Movimientos Sociales, ha tomado fuerza y forma en relación con los dos aspectos clave que caracterizan al ciclo 2011-2019: el cuestionamiento a la Transición y al Modelo Neoliberal. Esto explica, de una forma concisa, pero sencilla, por qué la convergencia de la revuelta social de octubre hacia el proceso constituyente se produjo de forma “natural”, más allá de las críticas realizadas desde la derecha (que una nueva constitución no formaba parte de las demandas de los chilenos; que una nueva constitución no solucionará los problemas de los chilenos) y desde la izquierda (que el proceso constituyente fue capturado por las fuerzas políticas tradicionales para evaporar el potencial revolucionario de la revuelta de octubre). La histórica participación ciudadana-popular en el Plebiscito 2020[1] refleja la existencia de un consenso en torno al papel de la constitución como cimiento del Modelo Neoliberal, y la aplastante victoria de la opción Apruebo refleja un consenso similar en torno a la necesidad de cambiarla para abrir el camino hacia un modelo de desarrollo diferente.
III. La Izquierda y los Movimientos Sociales de cara al proceso constituyente, y más allá
El que la Izquierda y los Movimientos Sociales que conforman la oposición al modelo neoliberal hayan (re)surgido en un contexto común no implica que no existan diferencias importantes en su interior. De hecho, dichas diferencias, profundizadas en ciertos momentos por la coyuntura de la revuelta de octubre, ha impedido la conformación de una unidad político-programática en torno a un proyecto antineoliberal común. No obstante, la apertura del proceso constituyente (y también la pésima gestión de la derecha y el gobierno de Piñera en el marco de la pandemia de Coronavirus) ha contribuido a limar algunas de estas diferencias, en un proceso que podría, eventualmente, continuar de cara a las futuras elecciones presidenciales. En este sentido, la Izquierda y los Movimientos Sociales afrontan un desafío de unidad trascendental del que podría depender, de hecho, la trayectoria histórica del país hacia el futuro.
¿Cómo y desde dónde plantear la ansiada unidad? Esta respuesta, como siempre, es mucho más compleja de lo que, personalmente, cada uno de nosotros gustaría. Para variar, no es una cuestión ajena a la historia de las izquierdas en Chile que, reiteradamente, han debido afrontar este problema, algunas veces con cierto éxito, las más de ellas con un resultado con sabor a fracaso. ¿De qué depende que no se repitan dichos fracasos? La conformación de la convención constitucional, así como de los gobiernos municipales y regionales en la elección que nos convoca este fin de semana, y la futura conformación del congreso y el gobierno, resultarán claves.
Para poder encarar el futuro, la Izquierda y los Movimientos Sociales podrían recurrir a su historia reciente como herramienta para forjar su unidad, a partir de dos piedras angulares: su común origen desde el cuestionamiento profundo al Modelo Neoliberal, y su diferenciación con la política de la Transición. Esta caracterización es válida, en los hechos, para todo el espectro político que corre desde el Partido Comunista y Revolución Democrática, hasta los movimientos sociales identificados con la alternativa antineoliberal, pero sin participación en la política ‘formal’. Entender esto es clave para superar los antagonismos, desafortunadamente comunes y reiteradas dentro del mundo de la izquierda, que pasan por la crítica al ‘reformismo tibio’ de RD; la participación del PC en el segundo gobierno de Bachelet; la prevalencia de una política de tipo ‘universitaria’ y con características elitistas en buena parte del Frente Amplio; la incapacidad de convocar mayorías y el retiro hacia la ‘política testimonial’ en partidos como Igualdad, etc. Quizá el momento de mayor tensión entre estos antagonismos cruzados se dio en el marco del acuerdo del 15 de noviembre, discusión que aún saca ronchas en gran parte de la Izquierda y los Movimientos Sociales.
No obstante, los gérmenes de unidad permanecen, y han demostrado ser lo bastante fuertes como para existir (que no es poco), aunque no lo suficiente como para evitar la dispersión de listas de izquierda en las elecciones de constituyentes. Uno de los posibles (y probables, según mi limitada percepción) escenarios post elecciones es el de una conformación de la convención constitucional en tres “tercios” aproximados: uno hacia la derecha, comprometido con la defensa al modelo, representado por la Lista Vamos por Chile; uno hacia el centro, cuyo comportamiento es difícil de predecir (al menos yo no me arriesgaría a predecirlo), representado por gran parte de la Lista del Apruebo y otras agrupaciones menores; y uno hacia la izquierda, comprometido con una nueva constitución y un nuevo modelo, aunque aparentemente sin claridad aún de cómo unificar sus esfuerzos, representado por Apruebo-Dignidad, Lista del Pueblo, Voces Constituyentes, Movimientos Sociales y otras listas similares más pequeñas.
Más allá de las elecciones de este fin de semana, aunque con un ojo puesto sobre sus resultados, resulta más o menos claro que una unidad más sólida es necesaria si es que la Izquierda y los Movimientos Sociales desean continuar ejerciendo una influencia que permita continuar influyendo la trayectoria histórica de Chile. Se trata, en mi opinión, de generar un proyecto colectivo que no sólo evite nuevos gobiernos de derecha y personalismos de corte demagógico-populista como el de Pamela Jiles, sino que rescate precisamente los dos puntos históricos de los que he hecho referencia en esta columna: el cuestionamiento profundo al Neoliberalismo y a la política de la Transición. Y a partir de ello, generar un programa común, con ciertos mínimos históricos indispensables: reforma a los sistemas de pensiones, educación y salud; derecho y solución al problema de la vivienda y el trabajo; derechos socio-medioambientales; descentralización; autonomía y reconocimientos indígenas; derechos de las mujeres y reconocimiento a su labor productiva; derechos y reconocimiento a la comunidad LGBT+; y reconocimiento de la situación de Derechos Humanos en el país y reparación a los presos políticos de la revuelta.
Por último, una respuesta que quedaría por responder es la de qué tipo de proyecto antineoliberal quiere(n) la Izquierda y los Movimientos Sociales. No basta sólo con enunciar una oposición al modelo neoliberal, sino también proponer las características y la impronta que una alternativa neoliberal debe tener. ¿Será capaz, eventualmente, una oposición unificada ofrecer un proyecto de transformación, al mismo tiempo, profundo y materialmente posible? ¿Serán las izquierdas y los movimientos sociales capaces de generar dicho proyecto, a partir de sus elementos comunes, y por sobre sus diferencias? Esperemos que, a partir de los resultados de este fin de semana, una eventual unidad de izquierda pueda comenzar a dar forma a estas respuestas de cara al futuro cercano. Chile, en mi opinión, lo necesita con urgencia.
[1] El Plebiscito de octubre no sólo convocó a un porcentaje de participación mayor que cualquier elección posterior al fin de la dictadura, sino que también se transformó en la elección con mayor cantidad de votos emitidos en la historia del país. Todo ello, además, rodeado del contexto de la Pandemia de Coronavirus que limitó el desarrollo de las campañas políticas, así como la participación de una gran cantidad de la población en el plebiscito.
*Imagen de cabecera propiedad de El Confidencial.