Democracia y sistemas de partidos en crisis ¿cambios estructurales o crear desde cero?

Por GASTÓN ALVEAR

Cientista Político, Universidad Diego Portales


Las democracias representativas están pasando por un período de profunda crisis de representación y desconfianza; hecho que afecta directamente a sus sistemas de partidos que son las instituciones primordiales para el buen funcionamiento de ésta. De acuerdo a la encuesta CEP septiembre – octubre 2017[1], un 58% de los encuestados no se identifica con ningún bloque político de Chile, demostrando con ello el poco interés de la ciudadanía hacia asuntos e instituciones políticas.

Primero, una aclaración de conceptos comenzando con democracia. Entendida como la redistribución del poder para garantizar a los individuos el ejercicio de sus derechos en libertad y armonía (OEA y PNUD, 2010). A pesar de su carácter garantista, actualmente las democracias están reducidas meramente a la participación ciudadana en época de elecciones; momento donde los partidos políticos buscan movilizar a sus respectivos electorados. Expuesta la contradicción entre la teoría y la práctica, les pregunto ¿Podríamos considerar que vivimos en “democracia”?

Para vislumbrar esta incongruencia puedo constatar que los Sistemas de Partidos conforman el andamiaje estructural de la arena política de una sociedad, aunque para muchos esta “construcción” sea invisible ante sus ojos. Por tanto, cuando el sistema de partidos es débil o poco institucionalizado, puede llevar a serios problemas de gobernabilidad, incertidumbre e inestabilidad democrática (Dockendorff, 2007). Podríamos concebir el rol de los partidos desde la visión que plantea Mainwaring y Scully (1996), esto es, “ser un actor intermediario de coordinación entre la sociedad civil y el aparato Estatal, es decir, una articulación necesaria entre extremidades desconexas.

Desde el fin de la Guerra Fría los partidos políticos han disminuido su poder de cohesión interna y por tal motivo han padecido la fragmentación y atomización política -cada vez más autorreferente- y por supuesto, su alejamiento de la realidad ciudadana (Abal, 2004). Dagnino, Olvera, y Panfichi  (2006) van más allá en sus análisis llegando a exponer que los sistemas democráticos de América Latina después del final de sus dictaduras, son de carácter neoliberal, con características elitistas y excluyentes, puramente electoral e instrumental, dejando afuera de la toma de decisiones a la sociedad civil.

Chantal Mouffe (2007), por su parte, mantiene la idea de que existe una desarticulación social, explicando que la sociedad no se siente representada por el espectro ideológico de derecha o izquierda, en los cuales las personas no ven a los partidos políticos como medios canalizadores de sus inquietudes y necesidades, sino que prefieren organizarse de forma individual para solventar sus problemas específicos y egoístas, sin un carácter de sociedad. 

Klaus von Beyme (1996) explicaba que desde la década de los noventa, los partidos tenían un adelgazamiento ideológico y engordamiento de personalismos, donde no existe una preparación ideológica política solvente y los partidos sólo se dedican a lo profesional- electoral.

Mientras que Funes (2011) expone que la sociedad occidental contempla la amenaza del cuestionamiento del poder tradicional desde las bases sociales, se aprecia cómo los políticos son suplantados por actores secundarios que no son políticos de carrera o profesión tales como: artistas, empresarios, líderes religiosos, entre otros.

Otro detalle por considerar es como la sociedad está respondiendo a las demandas sociales, políticas, materiales y valóricas ya no son específicamente de un sector ideológico, encontramos casos donde partidos de derecha son quienes piden mejoras en los servicios sociales y a una izquierda que habla sobre inversiones y crecimiento económico.

Otro factor por considerar a nivel global es la potencia de los movimientos sociales, que buscan ser los actores articuladores entre la sociedad y el Estado, pero quitándole su carácter “político”. 

¿Qué está pasando en América Latina?

Nuestra región no está exenta en su historia de quiebres en la democracia. Gran parte de América Latina estuvo bajo un gobierno de carácter autoritario cívico – militar, pasando por períodos de transición, llegando a una estabilidad democrática estable, salvo en algunos casos donde existieron golpes de Estado en la década del 2000 como en Venezuela, Ecuador y Honduras, o que en un período de veinte años, dieciocho presidentes no completaron sus mandatos por diversos motivos (OEA y PNUD, 2010).

Según el Barómetro de las Américas 2016/2017[2], en nuestra región los tres países que más apoyan a la democracia son: Uruguay, Canadá y Argentina, mientras que los tres últimos son: México, Paraguay y Guatemala.

Mientras que el Índice Democrático 2017 de The Economist[3], sólo deja a Uruguay como democracia plena, 16 los considera como democracias imperfectas (Costa Rica, Chile, Jamaica, Panamá, Trinidad y Tobago, Argentina, Brasil, Suriname, Colombia, República Dominicana, Perú, El Salvador, México, Paraguay, Guyana y Ecuador); 5 como regímenes híbridos (Honduras, Guatemala, Bolivia, Nicaragua y Haití); y 2 como regímenes autoritarios (Venezuela y Cuba).

Como Latinoamericanos debemos entender que no podemos idealizar el concepto de una democracia perfecta, puesto que no contamos con el nivel de desarrollo, ni los recursos para implementarla (OEA y PNUD, 2010).

En la década de los noventa los sistemas políticos de América Latina adoptaron las medidas del Consenso de Washington, que eran políticas económicas neoliberales orientadas a favorecer el rol del sector privado antes que el público. Ejemplo de aquello son los casos de Bolivia y Chile, donde sus partidos proyectaron pactos de gobierno para tener estabilidad política en caso de que hubiera alternancia en el poder. Por consiguiente, estos pactos concertados entre partidos calóricamente contrarios entre sí han generado un sistema político de carácter administrativo y de poca competencia ideológica.

Una de las soluciones para solventar tal crisis sería que los partidos políticos se sobrepusieran a sus antiguas prácticas, demostrándole así a la sociedad civil y a sus bases que su existencia contribuye efectivamente al mejoramiento de nuestras democracias.

Los políticos deben entender que existen nuevas formas de hacer política, unas más allá de la escala ideológica tradicional y de la lógica de los acuerdos, unas donde los grupos minoritarios y excluidos buscan ser parte de la discusión política y de una sociedad cada vez más informada.

Una solución, desde una mirada institucional, sería la mejora de los marcos normativos, al hacer que estos entreguen mayor garantía y control a la competencia entre ellos a través de los órganos electorales, que deben ser autónomos, y con atribuciones y amonestaciones que sean cumplidas y respetadas por los partidos.

En suma, los partidos deben entender que los procesos políticos se están reestructurando con nuevos actores y acciones, y que la sociedad actualmente tiene nuevas formas de expresión, necesidades e inquietudes. Puede que ahora el cambio político le entregue la batuta a los movimientos o grupos sociales, desplazando a un segundo plano los partidos tradicionales. Dicho de otra manera, no podemos entregar un juicio de valor a la nueva forma de hacer política, ya que, tal como dice Laclau[4], “Actualmente vivimos en una sociedad donde se cambiaron las lógicas políticas tradicionales”.

Abal, J. (2004). La muerte y la resurreción de la representación política . México D.F: FCE.

Dagnino, E., Olvera, A., & Panfichi, A. (2006). La disputa por la construcción democrática en América Latina. México : CIESAS/FCE.

Dockendorff, A. (2007). Sistema de Partidos y Gobernabilidad Democrática en Bolivia (1985-2005). Revista Política y Estrategia , 126-146.

Funes, M. (2011). La Política no Convencional ¡ A Escena! Anuari del Conflicte Social, 403-427.

Mouffe, C. (2007). En Torno a lo Politico. Buenos Aires: Fondo de la Cultura Economica.

Nohlen, D. (1995). Sistemas Electorales y Partidos Políticos . México: FCE.

OEA y PNUD. (2010). Nuestra Democracia. México: FCE.

Paramio, L. (2009). Partidos y Ciudadanía en el siglo XXI. Revista de Derecho Electoral.

Toro et al. , S. (2016). Cultura política de la democracia en. Chile y en las Américas, 2014: ¿Tiempo de reformas? Santiago: LAPOP.

von Beyme, K. (1996). Transition to Democracy in Eastern Europe. International Political Science Association.

von Bulow, M., & Bidegain, G. (2017). Se Necesitan dos para bailar tango: Estudiantes, Partidos Políticos y protestas en Chile, 2005-2013. En P. Almeida, & A. Cordero, Movimientos Sociales en América Latina (págs. 313- 339). Buenos Aires: Clacso.


[1] Para confrontar la información señalada, se puede visistar: https://www.cepchile.cl/cep/site/artic/20171025/asocfile/20171025105022/encuestacep_sep_oct2017.pdf

[2] Datos obtenidos desde https://www.vanderbilt.edu/lapop-espanol/

[3] Datos obtenidos desde https://www.eiu.com/topic/democracy-index

[4] Ernesto Laclau, La razón populista, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2005


*Imagen de cabecera propiedad de elenformatetres.com.ar.

2 comentarios en «Democracia y sistemas de partidos en crisis ¿cambios estructurales o crear desde cero?»

  1. Sin duda tenemos en Chile una DEMOCRACIA IMPERFECTA. Pero viviendo esta realidad, yo soy pesimista y, no creo en la buena voluntad política para redireccionarse en favor de una sana democracia

  2. Interesante artículo que reabre el debate acerca de la plenitud y eficacia de nuestras democracias. Hoy vivimos un período de fuerte cambio, en donde el consenso liberal parece fragmentarse, mientras las antiguas certezas sociales, tales como la conformación de la familia, la permanencia en el trabajo y la vida urbana como epítome de bienestar parecen estar siendo contrastadas frente a un momento de cambio e incertidumbres.
    ¿Cómo responde a ello nuestra política? ¿Seguirá con los mismos formatos del siglo XX? ¿Hasta qué punto las tecnologías disruptivas y sus consecuencias, sumado a la multiplicidad de desafíos multilaterales que nos afectan, pueden ser abordados por instituciones que gustan de mirarse el ombligo y pensar solo a corto plazo?
    No hay respuestas evidentes ante estos dilemas, y por ahora, solo queda apostar por que los próximos liderazgos sean lo suficientemente prudentes para canalizar las inquietudes del hombre del siglo XXI, evitando caer en personalismos que solo erosionan más la esencia de un sistema político instituciobnalizado.

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