Guión para Ernesto Belloni

Por El ÚLTIMO INTRANSIGENTE


Hoy se cumplen exactamente siete meses desde mi última columna, y he considerado volver a escribir para daros cuenta que he dado un giro copernicano en torno a mis valores, mis opiniones e incluso mis preferencias. Desde luego, estas últimas semanas han traído bríos nuevos a mi vida y me he esmerado en elucubrar un texto breve que represente lo que este tiempo de enajenación ha generado en mí. ¡Oh por favor! Desde luego no espero que todos crean en mi conversión, desde luego habrá desconfianza, pero os pregunto ¿Será justo juzgar a un columnista por sus escritos pasados o por sus ideas presentes?

Aquí voy:

¡Oh joven valiente! Quemad mi auto que es símbolo de mis privilegios. Sabes que es mejor, yo lo quemo y usted encienda otro. Pero que más da sí es por un futuro digno, por qué debería enojarme sí yo tengo seguro, que más da sí la aseguradora se demora una eternidad, que más da que me haya costado años de ahorro y otros tanto pagando un crédito. Existe una causa mayor, existe la causa, la única lucha necesaria, la nuestra, la que te une a ti joven postergado con otros tantos como yo, que hemos tenido mejores oportunidades.

¡Quemadlo entero! ¡Que se arruine en las llamas! El fuego, símbolo de la justicia revolucionaria, redimirá mis pecados. El fuego, sí el fuego, borrará la marca indeleble de mis privilegios. Quemad el mío, el de mis compañeros, robad los comercios, apedread las comisarias, incendiad a los orcos vestidos de verde, hacedlo por nuestros hijos, por nuestros abuelos e incluso por esos desalmados fachos pobres. Hoy, más que ayer, seremos primero fuerza y luego razonaremos ¡Oh joven valiente, quemadlo todo! ¡Acabad con este país! ¡Destrúyelo completo! Solo así podremos construir uno nuevo, solo así seremos libres, el único país que brilla es aquel que está en llamas, la única luz en nuestro camino serán las barricadas, porque primero seremos fuerza y luego razonaremos.

Pocas horas antes de la publicación de esta -deleznable- columna, un humorista, un simple hombre semi-calvo de mediana estatura, se plantó frente al escenario más importante de Latinoamérica y desplegó todos sus talentos con un propósito: hacer reír. Así de simple, así de estrecho, así de trivial. Seguramente y espero estar acertado, el señor en cuestión se preguntó ¿Cómo hacer reír en tiempos del cólera? Los resultados ya los vieron ustedes ayer.

Dado el contexto, dada la fractura social que experimentamos, hacer reír en nuestros días significa tomar a nuestra sociedad por uno de sus pedazos rotos. Cuando este humorista usó la palabra “nosotros” ese nosotros no éramos todos, cuando busco complicidad en el público, solo una parte de ellos le correspondió, cuando quiso ser chileno y hablar de Chile, sólo se dirigió a unos chilenos y otros lo putearon por twitter, cuando se ganó el aplauso de unos en la Quinta Vergara, otros – que antes lo apreciaron- apagaron el televisor. Hacer humor es, a día de hoy, una decisión irracional, lo mismo te ganas aplausos como insultos.

Ahora me dirijo a usted Sr. Belloni, lea el texto que he escrito. Bájese los pantalones ante la masa a las primeras de cambio. Sea inteligente como el hombre que dejó quemar su auto. Sea fuerza, por que hoy es difícil encontrar a alguien que razone, sea dúctil y sonría a las barricadas, a los insultos y a las piedras. Vístase de primera línea, imite a un carabinero quemado, llegue con piedras y también con pañuelos rojos, siéntase culpable por ser hombre y por sobre todo pida perdón por sus pecados anteriores. Chile ya cambió ¿De que otra forma podrías triunfar?

Sí Chile ya cambió, entonces ¿Qué otra cosa podría haber escrito hoy?


*Imagen de cabecera propiedad de El Sol de Iquique.

2 comentarios en «Guión para Ernesto Belloni»

  1. Hacer humor hoy no es una decisión irracional, pero sí es una decisión política. La recepción del humor nunca fue totalmente unívoca, no había humoristas que llegaran a todos por igual. El problema que molesta al señor Intransigente, a propósito del tono satírico con que plantea su opinión, parece ser que esas personas, esos grupos, que debían guardar silencio cuando se los denigraba a través de rutinas humorísticas ya no lo hacen. Mujeres, homosexuales, lesbianas, personas transgénero, entre otr@s ya no tienen por qué soportar y aguantar los chistes machistas de Belloni o de otros humoristas.
    Al final, Belloni no ocupó este guión, pero sí realizó una rutina «soft» comparada con las que realizaba siempre, y le resultó con relativo éxito. Y eso a pesar de que tuvo el descaro de colgarse de la figura de Daniel Zamudio, asesinado por individuos que le profesaban odio a él por ser homosexual; un odio que comienza con la mofa constante de los humoristas en la tele o en otros medios; luego, la repetición de los chistes y las burlas contra los «raritos», los «fletos», las «ahombradas» en el colegio o el lugar de trabajo; después los comentarios en la calle («maricones culiaos», «degeneradas»); la exclusión social (menos posibilidades laborales, estigmatización, etc.). De ahí a la violencia activa, como método de control (golpizas, violaciones, asesinatos), cortos pasos.
    Si Chile cambió lo suficiente aún está por verse. La gran diferencia si cambia es, para un@s, que van a poder optar a mejorar sus condiciones de vida; las mujeres y las diversidades de género/sexuales aspirando a que sus derechos sean respetados; lo mismo los mapuche; y los pobres, las clases medias endeudadas, los estudiantes con pocas expectativas, a gozar de iguales oportunidades que las que tienen los privilegiados. La existencia de los privilegiados es, por cierto, un hecho. No una opinión.
    Para los otros, como el señor Intransigente, la diferencia si Chile cambia es, simplemente, que tendrá que adecuarse a los nuevos límites y regulaciones, tanto jurídicos como convenidos socialmente, que enmarcarán la libertad de expresión en adelante.
    Si el precio a pagar es moderar la «libertad de expresión» que permitía rutinas como las de Belloni, no me parece que sea un precio injusto. Y si el precio de las transformaciones que está viviendo Chile es alto, no es solo porque los capuchas quemen autos, sino porque hay todo un sistema que se encargó de generar las condiciones de posibilidad para la existencia de esos capuchas. Y la élite ignoró, como siempre, el problema, de la forma más fácil: tildándolos de simples delincuentes a los que bastaba lanzar a las fuerzas de orden. Pero esa estrategia no funcionó. Lleva 4 meses sin funcionar. ¿Será que se puede intentar comprender de otra forma esa violencia, por ejemplo, entendiéndola como reflejo de un sinnumero de violencias que afecta de maneras diversas y subjetivas a esos capuchas, o a las familias, conocidos, y amigos de esos capuchas? Tal vez sea ese un ejercicio más interesante que el de condenar «todas las violencias» (o ironizar con ello).

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