Por DIEGO SARMIENTO K.
Estudiante secundario
Club B.
“Lo bueno y lo malo está determinado por el beneficio de los grandes números”
Jeremy Bentham.
Esta breve, pero audaz frase resume, en términos generales, la discusión pública de los últimos treinta años en Chile, donde se ha hecho y deshecho (falazmente) a favor de las cifras macroeconómicas. Y no es coincidencia, pues, la dictadura no solo le heredó al país un quiebre social hasta ahora superado, sino también una manera particular de entender la economía. De la mano de los “Chicago Boys”, se implementaron medidas que se encaminan a desregularizar el mercado en virtud de una mayor independencia al capital privado reduciendo, de esta manera, la presencia estatal en los procesos económicos: hablamos de las “reformas monetaristas” o “neoliberales”.
Para el monetarismo, la estabilidad monetaria lo es todo (de ahí su nombre), vale decir, que las políticas públicas apunten prioritariamente hacia la mitigación de la inflación y la devaluación de la moneda local. Esta lógica tiende a ser útil como solución a la crisis. Ejemplo de ello es el acelerado desarrollo económico del que Chile ha sido protagonista en las últimas décadas, donde se redujo la pobreza en gran medida (de un 31% de la población bajo la línea de la pobreza a un 6,4%, según cifras del Banco Mundial) y se ha alcanzado una puntuación más que optimista en el Índice de Desarrollo Humano (0,843 calificado como “very high”). No obstante, si se pretende alcanzar un desarrollo sostenido a través del tiempo, reducir “el tamaño del Estado” no es suficiente, y en ocasiones, puede acarrear profundos daños al tejido social. Bien lo sabe Chile, que se ha manifestado ininterrumpidamente por más de un mes frente a la “mercantilización de la vida”.
A día de hoy, Chile debiera tener políticas internas que le otorgasen mayor solvencia e independencia económica, tales como un incremento en la política interna respecto a la generación de conocimiento (I+D), que redundaría tanto en una industria más productiva como en un capital humano mejor preparado. Contrariamente, Chile ha persistido en la reducción del Estado y la promoción del sector privado, contando actualmente con un organismo central incapaz de responder a las necesidades básicas de su pueblo. Educación, salud y pensión digna, se han convertido en un privilegio, algo inadmisible para un país que aspira a consolidarse en el concierto internacional.
Este no es un llamado a volcar nuestra economía monetarista hacia un keynesianismo desenfrenado, ni mucho menos hacia una utopía anarcocapitalista, sino un reclamo frente a aquel neoliberalismo indómito que ha supeditado las demandas sociales a relaciones de “oferta-demanda”. El contexto contemporáneo, el de las sociedades abiertas y globalizadas, nos convoca a invertir en la gente, a repensar “el modelo” de antaño para concebir, en definitiva, una economía al servicio de las personas.
*Imagen de cabecera propiedad de Radio U Chile.