A cincuenta años del alunizaje: diversificando las miradas sobre la Ciencia, la Tecnología y la Exploración Espacial en el marco de la Guerra Fría Global

Por JORGE MUJICA U.

Licenciado y Magíster en Historia

Pontificia Universidad Católica de Chile


Este 16 de julio se han cumplido cincuenta años del lanzamiento de la Misión Apolo 11 de la NASA, que logró situar seres humanos, por primera vez en la historia, en un cuerpo celeste distinto a la Tierra. El acontecimiento fue recibido con gran expectación global, fue objeto de una enorme campaña propagandística por parte de Estados Unidos y fue considerado, incluso por la Unión Soviética, como un logro que trascendió los límites de lo nacional, marcando una nueva etapa en “el desarrollo de la cultura universal”[1].

Como suele suceder con los grandes episodios de la historia, las narrativas sobre la hazaña del Apolo han estado marcadas por algunas ideas que eclipsan la diversidad de los procesos y fenómenos que ayudaron a impulsar la conquista del espacio. El heroísmo de los astronautas y los científicos estadounidenses, y el relato del triunfo de la ciencia occidental y de la tecnología moderna en el marco de la Guerra Fría, han contribuido a descontextualizar la Carrera Espacial de otros aspectos igual de importantes, y tan o más interesantes. Esta fecha de aniversario nos permite, a través de la distancia temporal y tomando prestados algunos de los últimos avances historiográficos, señalar algunos de estos aspectos que ayudan a entender mejor el significado histórico de la Carrera Espacial y la Misión Apolo.

Para abordar esta tarea, es imprescindible apuntar que tanto la Historio de la Ciencia y la Tecnología, como la Historia de la Guerra Fría, han sido objeto de una cantidad creciente de estudios en las últimas décadas. Numerosos académicos y académicas han abordado ambas áreas, lo que como resultado ha originado un campo de estudio dedicado a la ‘Ciencia en la Guerra Fría’, que pretende analizar la forma en que “la ciencia fue específicamente condicionada por las circunstancias de la Guerra Fría”, acentuando en el fenómeno de la circulación global del conocimiento y la tecnología, y en las relaciones entre lo local y lo global[2]. A ello se suman otros campos fructíferos, como la Historia Material de la Ciencia, la Historia Cultural de la Ciencia, o los Estudios de Género en la Ciencia.

Adoptando estos enfoques, el acontecimiento de la llegada de los astronautas estadounidenses a la Luna adquiere nuevos significados. Se ha señalado, por ejemplo, la importancia de los numerosos intentos fallidos y accidentes involucrados en la Carrera Espacial, tanto en el bando soviético como en el estadounidense. Mientras que los accidentes de los Transbordadores Challenger (1983) y Columbia (2003) permanecen en la memoria popular, las muertes del cosmonauta soviético Valentin Bondarenko, en 1961, y de los astronautas Gus Grissom, Ed White y Roger Chaffee durante una simulación en el Apolo 1 en 1967, son pocas veces recordadas en la historia de la conquista lunar. Del mismo modo, se suele olvidar los problemas que tuvo Estados Unidos en el inicio de su programa espacial. Mientras la Unión Soviética pudo colocar dos sondas Sputnik en órbita alrededor de la Tierra, el Explorer I demoró varios meses más de lo provisto en ser lanzado. El Explorer II, que debía otorgar la paridad a EEUU, fue un rotundo fracaso debido a las fallas en el cohete de lanzamiento, por lo que nunca fue puesto en órbita. Con todo, los proyectos fallidos, así como los lamentables accidentes que afectaron a cosmonautas y astronautas, finalmente resultaron importantes para el éxito posterior de la aventura espacial, tanto soviética como norteamericana, ya que permitieron corregir una serie de fallos graves en los que quizá no se hubiese reparado con anterioridad.

Otro fenómeno interesante que aparece al ampliar la mirada es hasta que punto la Carrera Espacial estuvo determinada por las cooperación internacional, tanto como por la competencia establecida entre las superpotencias. Este punto de vista ayuda no solo a reconsiderar la Carrera Espacial y la llegada a la Luna, sino que también el propio carácter de la Guerra Fría. Estas reconsideraciones hacen énfasis en que la Guerra Fría no fue únicamente un escenario de confrontación bipolar entre Estados Unidos y la Unión Soviética, sino que hubo margen de acción y de protagonismo para otros actores, así como para otro tipo de relaciones.

El mejor ejemplo de esto es el Año Geofísico Internacional (AGI) de 1956-1957. Inspirado en la experiencia de los Años Polares Internacionales, el AGI fue un gran proyecto científico internacional, liderado por científicos soviéticos, norteamericanos y británicos, pero en el cual participaron investigadores de más de treinta países distintos de Aisa, América Latina y Europa. El Año Geofísico enfatizaba en la cooperación y organización internacional de la ciencia como el medio más efectivo para llevar a cabo el objetivo del proyecto: obtener la descripción científica más completa y detallada, a la fecha, del planeta. El AGI convocó a una gran cantidad de expertos, procedentes de todo el amplio de las disciplinas vinculadas a las ciencias geofísicas, como la geología, la astronomía, la meteorología, la sismología, o la oceanografía. Sin embargo, los impulsores del Año Geofísico también pretendían que el proyecto derribara las últimas grandes fronteras de la ciencia: la Antártida y el Espacio Exterior.

En este marco, se suponía que el AGI debía culminar con el lanzamiento del primer satélite artificial, en el que trabajaban, separadamente, los Estados Unidos y la Unión Soviética. Si bien los científicos del AGI no tuvieron mayor en el desarrollo de los satélites artificiales, ayudaron a cimentar la expectación global con que fue esperado el lanzamiento de las primeras naves al espacio, y a otorgarle a la exploración espacial una imagen influenciada precisamente por la cooperación internacional. De hecho, aunque los programas Sputnik y Explorar son de autoría del a URSS y EEUU, una gran cantidad de países contribuyeron con sus observaciones y su cooperación para contribuir al éxito de estas misiones. El AGI ayudó a promover la ciencia en los países del Tercer Mundo, como Chile, así como entre los no expertos. La Operación Moonwatch, patrocinada por Estados Unidos durante el Año Geofísico, pretendía constituir una amplia red mundial de observadores de satélites, tanto con observadores especialistas, como amateur.

Los ejemplos citados en esta columna demuestran que el lanzamiento de los satélites y el inicio de la exploración espacial fueron, al mismo tiempo, un producto del enfrentamiento entre la URSS y EEUU, y una expresión de la cooperación científica global durante la Guerra Fría, demostrando que esta última es mucho más compleja de lo que se suele pensar. Tanto los accidentes e intentos fallidos en los inicios de la exploración espacial, como los proyectos y las lógicas de cooperación científica, nos permiten pintar un cuadro histórico más completo, en donde el protagonismo no se lo debe llevar, únicamente, la misión del Apolo 11 que llegó a la Luna. Repensar y revisitar la historia de la exploración espacial es necesario, además, para poder entender el retorno contemporáneo de la Carrera por el espacio donde, ahora, además de Estados Unidos y Rusia, juegan la Unión Europea, China, e incluso países del Tercer Mundo; y donde, además, se está planteando un objetivo aún mayor que nuestro satélite: alcanzar Marte.


[1] https://www.theatlantic.com/science/archive/2019/07/moon-landing-50-years-later/593803/

[2] Jeroen Van Dingen (ed.), Cold War Science and the Transatlantic Circulation of Knowledge. Leiden, Brill, 2005, p. 1.


*Imagen de cabecera propiedad de NASA.

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