La crisis y los radicalismos

Por DIEGO SARMIENTO K.

Estudiante secundario

Club La Fayette


Asistencia sanitaria universal, educación pública, seguridad social, Estado de Derecho, políticas de libre comercio, así como comisiones antimonopólicas que las resguardan; son algunos ejemplos de la vasta lista de medidas ejecutadas por la generalidad de los gobiernos contemporáneos con el fin de fortalecer la nación globalizada, “efigie” de los Estados Modernos Republicanos Laicos y Capitalistas. Pero no siempre fue así. Todo progreso, sea cuál sea el campo que abarque, está precedido por una crisis, un determinado momento donde fue cuestionado el orden dominante. Así, por ejemplo, el Estado de Derecho nació de la comprensión de la complejidad de las relaciones interpersonales de los ciudadanos de una sociedad, primando la determinación jurídica justa por sobre los medios ilegítimos en aquellos que no tienen el patrimonio financiero, cultural o coactivo. De esta manera, la concepción jurídica de ‘justicia’ es producto del entendimiento de la inexistente naturaleza espontánea de la justicia en los grupos sociales. No obstante, toda crisis es justificable en la medida de que sea entendida como una crítica, una que además de juzgar propone salidas y posibles respuestas a los problemas patentes. Es por ello que los populismos (significantes de crisis en una democracia liberal auténtica) nunca presentarán provecho en términos sociales.

El populista se encarga de “darle ciegamente al pueblo lo que el pueblo pide” sin escatimar daño o perjuicio social alguno, puesto que para él, el fin último es el reconocimiento y la aprobación. Dicho esto, salen a la palestra una variedad de ejemplos. Uno de ellos, y quizás el más obvio, es el surgimiento de la ideología nazi una vez acabada la Primera Guerra Mundial. Alemania, un pueblo en ruinas después de sufrir las consecuencias de una guerra devastadora y un acuerdo multilateral que terminaba de socavar su perdición económica, sólo podría ser encantada por un discurso que aludiera al antiguo orgullo patrio, aquel mismo que había sido arrebatado por el enemigo. Es decir, para un pueblo tan empequeñecido frente al mundo como la Alemania de la primera mitad del siglo XX, sólo podía hacerle sentido un discurso de carácter unificador y eufórico respecto a su recuperación tanto económica como política; ideas que provinieron principalmente del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán de la mano de su líder, Adolf Hitler.

Si bien es cierto que la historia no se repite, ciertamente ésta rima. Daniel Ziblatt y Steven Levitsky lo plasman de manera excepcional en su libro How democracies die (Cómo mueren las democracias). Las democracias liberales están en peligro. Han sido cuestionadas. Y aunque el problema no sea persé el cuestionamiento, quienes las difaman públicamente son figuras políticas que concentran gran influencia pública y mediática. Así, revistas de gran peso intelectual como Foreign Affairs han decidido dirigir ediciones completas a la discusión de la disyuntiva del estado  – quizá –  moribundo de las democracias. Este es el caso de la edición May/June 2018, titulada: “Is democracy dying?” (¿Está muriendo la democracia?) donde se incluye un lapidante artículo titulado: “The end of the democratic century” (El fin del siglo democrático) redactado por el académico de la Universidad de Harvard, Yascha Mounk, en conjunto con el académico de la Universidad de Melbourne, Roberto Stefan Foa. La ya mencionada edición, entrega cifras (como, que solo ⅓ de los estadounidenses menores de 35 años consideran que es muy importante vivir en democracia) que nos motivan a fijar toda nuestra atención hacia el ‘por qué’ del asunto. La misma edición señala que entre las principales causas de este descontento generalizado, se encuentran: la centralización del poder en el ejecutivo, politización del poder judicial, ataques a medios independientes y el uso de cargos públicos para beneficios privados.

Ante la relativización de la democracia, quienes en ella encontramos un bien intransable, la libertad individual, nos debemos a su preservación mediante la defensa pública como intelectual. Para ello, es menester mostrar una postura crítica, que advierta como inadmisible toda transgresión de “la cosa pública”; denunciar las malas prácticas de una élite política que tiene secuestrados los valores republicanos y que ha violado, sistemáticamente, el contrato social que nos define como ciudadanos libres e iguales.


*Imagen de cabecera propiedad Revistacult.

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